Henri Bergson y la evolución creadora.

Bergson es uno de los grandes filósofos contemporáneos. Su vigoroso pensamiento buscó sintetizar la ciencia y la filosofía, y sus inquietudes religiosas le llevaron hasta el catolicismo. Cuando se acaban de cumplir 50 años de su muerte, su trayectoria resulta muy interesante para la mentalidad actual.
Henri Bergson nació el 18 de octubre de 1859, en París. Su padre, Michaël, nacido en Varsovia, fue un excelente pianista y compositor. Su madre, Katherine, provenía de Yorkshire, Gran Bretaña, y siempre habló a sus siete hijos en inglés. Ambos eran judíos, y Henri fue educado en las tradiciones de la religión judaica. En 1864, la familia se estableció en Ginebra. Dos años más tarde volvieron a París y poco después fueron a Londres, pero Henri quedó en París, donde destacó en sus estudios desde muy joven. Siempre fue una mezcla de científico, literato y artista.
Desde 1900 hasta 1924 enseñó en el Colegio de Francia. Dotado de una fina sensibilidad y de una capacidad de exposición brillante, su prestigio fue notable. En 1914 fue nombrado miembro de la Academia de Francia, y en 1928 recibió el premio Nobel de literatura. Su aproximación al cristianismo fue cada vez mayor. No llegó a bautizarse porque, según sus propias manifestaciones, no quiso abandonar a sus hermanos de raza cuando estaban amenazados por la persecución. Murió el 4 de enero de 1941.
La evolución creadora
La obra más famosa de Bergson se titula "La evolución creadora", y fue publicada en 1907. Interesado por el problema de la vida, Bergson acumuló material durante once años y pasó vacaciones enteras estudiando las costumbres de las hormigas y las abejas. Después de varios ensayos, escribió su obra prácticamente de un tirón. Tuvo una extraordinaria acogida entre el público.
Aunque esa obra da por supuesta la evolución biológica, Bergson no afirmó la evolución como un dogma, sino como una explicación verosímil. Y se apartó de las explicaciones mecanicistas y cientificistas que creen explicarlo todo recurriendo a los mecanismos materiales. Para Bergson, la vida es una corriente o un impulso que se va ramificando y diversificando; afirma que sólo en unas pocas líneas -los insectos y los vertebrados- se da un progreso hacia formas cada vez más altas y complejas, mientras que en las demás se multiplican las desviaciones, los paros y los retrocesos. Sólo la ruta de los vertebrados "ha sido suficientemente amplia para dejar pasar libremente el gran soplo de la vida". Contempla al hombre como "el término y la finalidad de la evolución".
Los detalles de esa obra pueden resultar cuestionables bajo diferentes puntos de vista. Respecto a los aspectos más filosóficos, parece sugerir una divinidad que, por una parte, tendría un cierto aire panteísta, y por otra, en cuanto vida y acción incesante, no sería algo acabado. De ahí que la obra mereciera serias reservas por parte de las instancias católicas.
Bergson y España
Por eso tiene aún más interés seguir la evolución religiosa de Bergson, tal como lo ha hecho Jorge Uscatescu, catedrático de la Universidad Complutense, en un artículo titulado "Bergson y la mística española" (Folia Humanistica, noviembre-diciembre 1991, pp. 465-482).
Bergson estuvo en España en 1916 y se refirió a ese viaje en estos términos: "En Madrid puse a prueba mi público mediante una conferencia sobre el sueño: después, viendo que éste me seguía muy bien, hasta el punto de anticiparse a mí por el camino que yo seguía, abordé la elevada cuestión del alma, de su espiritualidad, de la supervivencia, de nuestro destino inmortal, y llevé a mi auditorio más lejos y más arriba de lo que había hecho nunca. Ninguna sorpresa, por tanto, al comprobar que España es el país de los espíritus generosos como Don Quijote y de místicos como Santa Teresa y San Juan de la Cruz".
En 1923, Bergson dijo que "el español es noble y generoso, hasta en sus errores. Hay en España una gran fuerza espiritual en reserva, que podrá entrar en juego cuando la ola de la industrialización haya sucumbido". Y años más tarde: "España: un gran país, cuya actitud espiritual descubrí con gran maravilla, el más capaz, sin duda, de resistir al bolchevismo, en el cual yo veo la mayor amenaza para nuestra civilización".
No sé qué pensarán ustedes después de estas soflamas patrióticas, provenientes de un genio francés. Pero a lo mejor resulta que, a pesar de todo, lo que se nos da realmente bien es el espíritu. En eso hemos producido y seguimos produciendo genios a nivel mundial, y esto es lo que más impresionó a Bergson.
Los místicos
Bergson era un convencido defensor de lo vital y de la intuición. Pensaba que la inteligencia, por importante que sea, sirve sobre todo para usos instrumentales, porque nos proporciona una capacidad de analizar nuestro entorno y de adueñarnos de él; pero desconfiaba de que sirviera para llegar a las profundidades más auténticas de la vida humana. En cambio, según Bergson, la intuición nos pone en contacto inmediato con el meollo de la realidad.
Los místicos son, evidentemente, los maestros en ese campo. Tienen unas experiencias vividas, personales, que apenas pueden expresarse con palabras. Pero a veces las han expresado; por ejemplo, en el caso de Teresa de Jesús, porque sus superiores le mandaron que escribiera lo que pudiera decir sobre sus experiencias. Los místicos hablan de lo que ellos han vivido, en primera persona, de primera mano. Y aunque en estos terrenos es fácil auto-engañarse, existen místicos cuya autenticidad está fuera de dudas.
Este es el caso de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, que impresionaron fuertemente a Bergson, quien en 1929 decía: "A San Juan de la Cruz y a Santa Teresa, se les debe colocar por encima de todos los místicos. Su lectura me ha iluminado mucho y la convergencia o complementariedad de estos dos espíritus tan diferentes y, sin embargo, idénticos en su aprehensión de Dios, es para mí una prueba de la verdad. Los amo en igual medida y, sin embargo, coloco a San Juan de la Cruz en la cumbre de todo".
En 1932, Bergson comentaba: "Los que me han iluminado son los grandes místicos, tales Santa Teresa y San Juan de la Cruz: estas almas singulares, privilegiadas. Hay en ellas, lo repito, un privilegio, una gracia. Los grandes místicos me han traído la revelación de lo que yo había buscado a través de la evolución vital, y que no había encontrado. La convergencia sorprendente de sus testimonios no se puede explicar más que por la existencia de lo que ellos han percibido. Este es el valor filosófico del misticismo auténtico. El nos permite abordar experimentalmente la existencia y la naturaleza de Dios".
Añade Bergson que, cuando leyó a estos dos místicos españoles, encontró sobre todo "esa nota de realidad que no engaña, que distingue, desde el primer instante, con golpe seguro, la historia de un viajero que ha recorrido los países de que habla, de la reconstrucción artificial de estos mismos países hecha por alguien que no ha estado en ellos". Antes de descubrirlos, Bergson dice que sólo poseía un "vago espiritualismo". Después, "gracias a los místicos, hallé el hecho, la historia, el Sermón de la Montaña. Mi elección fue hecha, la prueba fue encontrada". De ahí que, en 1937, Bergson dijera: "Nada me separa del catolicismo".
Tensiones vitales
Ya he aludido a que Bergson no se bautizó porque no quería que su actitud se interpretara como un abandono de sus hermanos de raza en momentos de persecución. Cualquiera que sea la opinión que esto pueda merecer, revela una tensión vital auténtica. El Cardenal Suhard consideró que Bergson había recibido ya el bautismo de deseo, y autorizó expresamente que un sacerdote católico asistiera a su entierro y pronunciara las plegarias.
Bergson estuvo preocupado de que su filosofía no hiciera que nadie se apartara de la fe. Deseaba que los católicos acogieran bien sus reflexiones. Algunos testimonios, que incluyen personalidades como Peguy, atribuyen a Bergson el primer movimiento que les ha llevado a la fe católica.
La trayectoria intelectual y vital de Bergson es compleja. En ella influyen líneas de pensamiento nada fáciles, entre las cuales destaca Plotino. Bergson llegó a decir: "si hubiera nacido católico, sin duda alguna el catolicismo habría desarrollado en mí ciertas tendencias preexistentes. Pero puesto que Dios no me ha hecho esta gracia, no es la misma cosa. Mi opinión es que el que cree tiene mayor oportunidad de hallarse en lo verdadero que el que no cree".
La verdad
Esta última afirmación puede sorprender a algunos en una época, como la nuestra, en la que está generalizada la duda acerca de la verdad y se desconfía de los que pretenden tener el monopolio de ella.
Según la doctrina católica, reafirmada y explicada por el Concilio Vaticano II, Dios no niega su gracia a quien hace lo que está de su parte. Dios no es injusto con nadie; cada uno tendrá lo que le corresponda, en función de los dones que ha recibido. Pero esto no quita que la verdad sea verdad y el error sea error. Siempre se ha distinguido el error invencible y el culpable; aunque no siempre sea fácil distinguirlos en la práctica, se trata de dos casos que corresponden a actitudes diferentes, y esas actitudes se manifiestan en obras.
Si por monopolio se entiende el afán de controlar, la Iglesia no está interesada en monopolios, sino en la salvación y la felicidad de todo el mundo. Propone su mensaje de salvación, sabiendo que quien juzga es Dios, que conoce el interior de cada persona. Nosotros no tenemos la misión de juzgar a nadie. La salvación es el resultado de los dones de Dios y de la libertad humana. Esto lo comprendió muy bien Bergson, a quien le impresionó la actitud profundamente humilde de los místicos. Quien está más cerca de Dios sabe, mejor que nadie, que todo lo que tiene le viene de Dios.
El Concilio Vaticano II afirma que el mensaje divino, manifestado a través de la revelación, subsiste en su integridad en la Iglesia católica. Esto no impide que, fuera de la Iglesia, se encuentren verdades auténticas, aunque no en toda su plenitud. La Iglesia es consciente de que ese mensaje lo viven y lo transmiten personas de carne y hueso, con defectos y limitaciones. Proclama su respeto hacia la libertad de las conciencias, puesto que la conciencia es el santuario donde el hombre se encuentra a solas con Dios. Afirma que el anuncio del mensaje cristiano ha de realizarse con sencillez, con autenticidad, sin miedo y sin complejos de superioridad ni de inferioridad. Subraya que los cristianos han de anunciar ese mensaje, de acuerdo con la misión que Cristo ha confiado a la Iglesia.
Estos temas son profundos. En ocasiones, pueden dar lugar a dificultades y a tensiones. No es de extrañar, porque la persona humana es un ser complejo. Bergson vivió esas tensiones y su testimonio tiene todas las características de la autenticidad.
Cientificismo, materialismo y espiritualismo
Se han publicado muchas ediciones de las obras de Bergson. Sin embargo, él no se dejó deslumbrar por el éxito. Reconoció que, en las cuestiones de fondo, sólo poco a poco fue llegando a la verdad.
Bergson dedicó siempre una especial atención al estudio de la experiencia, de los datos de la conciencia humana. Por eso, su valoración de la experiencia de los místicos tiene una particular importancia. Advirtió que se trataba de testimonios auténticos, y que, por tanto, constituían una prueba de la veracidad de sus afirmaciones.
Lo que siempre estuvo muy claro para Bergson es que el cientificismo, que pretende explicar toda la realidad mediante las ciencias y frecuentemente va asociado al materialismo, es una explicación equivocada. La naturaleza tiene dimensiones que reclaman explicaciones más profundas.
Ya en la época de "La evolución creadora", cuando todavía tenía una idea incompleta acerca de la divinidad, Bergson advirtió que el mecanicismo es insuficiente. Muchos fenómenos naturales pueden explicarse mediante la composición de sus elementos, pero esas explicaciones son parciales. No dan razón de la existencia y del dinamismo de una naturaleza que nosotros no hemos creado y que exige explicaciones más profundas. Si no se acepta la existencia de Dios, hay que divinizar de algún modo la naturaleza, pero esto conduce a un panteísmo que no tiene ya nada que ver con la ciencia y que resulta contradictorio, porque la naturaleza no posee realmente características propiamente divinas.
El caso de la persona humana es todavía más claro. La experiencia espiritual, relacionada con la libertad y los valores morales, muestra que participamos de unas dimensiones superiores, que nos colocan totalmente por encima del resto de la naturaleza. Bergson recorrió un lento camino que le llevó, desde los estudios detallados de la experiencia humana, hasta la aceptación del testimonio de los místicos cristianos como una prueba convincente de la verdad del cristianismo.
No parece que, por lo que a la religión se refiere, a Bergson le causara ningún problema la evolución. No tiene por qué causarlo, si se advierte que la procedencia de unos seres a partir de otros no elimina, en modo alguno, la exigencia de un fundamento último de la existencia y del dinamismo de la naturaleza, y que la existencia de las dimensiones espirituales que colocan a la persona humana por encima del resto de la naturaleza es algo patente, con o sin evolución. La experiencia de los místicos le convenció de la verdad del cristianismo. Esa misma experiencia prueba que la persona humana se encuentra en un nivel espiritual que supera radicalmente al resto de la naturaleza.
Fuente: http://www.unav.es/cryf/evolucionismofilosofiaycristianismo.html

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